Muchas personas se preguntan si los criterios y
fundamentos de nuestros ancestros siguen estando vigentes hoy en día.
Tras varias décadas de legado de la extinta U.R.S.S. y
sus países satélite hasta 1989-1991 (Rumanía, Yugoslavia, Polonia, etc.) en
Europa soplaron vientos muy fuertes de pro-ateísmo, hedonismo (hasta donde se
pudo) y de iconoclastia.
Sin embargo, ¿Qué se podría decir que queda, qué
permanece inalterable por su valor per se de aquellos legados. Aquel
honor medieval que nuestros hermanos templarios y de otras órdenes
caballerescas nos dejaron tras dormir en la muerte?
Francamente se puede decir muy poco.
Los jóvenes hoy en día, viven su vida de manera fugaz
y aletargados por un ímpetu, un espíritu de abotargamiento psíquico contra el
que va a ser muy difícil luchar.
La programación mental que sobre sus inocentes mentes
procuran: TV, radio, Internet hoy en día más que nada, sus pantallas o PDAs,
tablets, dispositivos de audio para escuchar la música que les gusta, es todo
ello, sin entrar en la razón o sin razón de los mismos, tan absorbente, tan
embriagador y tan colmado de los sentidos, que deja muy poco tiempo o ninguno
para poder pensar libremente y tomar decisiones realmente vitales, que en un
futuro van a ser echadas en falta.
Muchas voces acusan al libro. Es muy viejo… sus
consejos fueron para otras personas… Es algo caduco… Necesitamos sistemas
modernos para el hombre moderno…
Desde un referente hermenéutico parece correcto:
filosofías modernas para un hombre nuevo pero, ¿Lo somos tanto?
Al llegar a este punto debemos pararnos y partir de
una premisa: Como dije en uno de mis libros hace años “Salimos al espacio y usamos
datos de ordenador pero aun seguimos vistiendo sandalias y túnicas que no nos
hemos quitado”.
Se dice que el hombre es esclavo y puede o debe tender
a ser libre, pero ¿Libre de qué?
Desde que el hombre nace (y con hombre me refiero al
género humano, a ambos sexos) nace ya esclavo: esclavo de tener que respirar,
tener que beber agua, tener que alimentarse, tener que dormir, tener que
evacuar residuos orgánicos… y lo quiera o no, nace con el miedo de que
enfermará y finalmente alcanzará la muerte.
Como dice ese libro tan ignorado en Europa en esta
época: “El hombre va pasando y también su deseo. Pero el que hace la voluntad
de Dios permanecerá para siempre”.
¿Cuales son los valores que presenta La Biblia ? Pues en realidad
son todos los que siguen vigentes hoy en día: Familia, virtud, rectitud, fe,
fraternidad, responsabilidad, palabra, altruismo. Porque y esto es así, ni los
misiles Minute Man atesorados por el Norad norteamericano, ni las naves Space
Shuttle de la NASA ,
ni los fríos datos de los mejores equipos informáticos del mundo, pueden
arrancarle al hombre su faceta como entidad biológica viva temporal y cuyo
camino está trazado desde mucho antes de que pudiera realizar sus primeros
pasos: “Te conocí desde antes del útero materno” dice La Biblia.
El hombre en su necedad, se ha dejado perder por pensamientos
prometeicos banales que desde diversas doctrinas, la mayoría
mefistofélicas, ha creído estúpidamente que podían salvarlo de ser lo que es:
una visión endeble de alguien que camina sobre este mundo pero que en realidad
pertenece más al reino del Hades que al de la vida. Lo dice la misma ciencia. El hombre en su
mayoría es un organismo muerto o en visos de serlo. Tanto la uña como el
cabello, en la parte que podemos ver, es tejido muerto. Los huesos y la piel se
deben renovar constantemente. El mismo cerebro permanece o muerto o inactivo en
su 90% y aunque la neurología y la psiquiatría son ciencias relevantes, aun
están en pañales ante el desafío que supone ese órgano por excelencia que es el
cerebro.
Pero todo en nuestra naturaleza sigue un orden. Y si
es así, ¿de dónde vendrá dicho orden? Orden que podemos ver a la escala menor y
a la escala más vasta imaginable.
Incluso científicos ateos como el ya desaparecido Carl
Sagan, quedaban absortos cuando manifestaban hace años en TV que es increíble
constatar por medio del estudio aplicado, que los remolinos que se forman en la
configuración de galaxias lejanas, siguen las mismas pautas de actividad física
que un remolino que se forma en nuestra pila, a la hora de lavar los platos.
Las mismas sencillas, elegantes y armoniosas leyes de la física obedecen a un
principio mayor, el poder de aquel que los creó.
Las 4 grandes fuerzas del Cosmos: gravedad,
electromagnetismo y energía nuclear débil y fuerte, son en realidad un mismo
principio, ajustado a las potencias necesarias para gestarse la vida y el orden
del Universo.
Y en el fondo de todo, hallamos el átomo y sus sub
divisiones, precisas, rítmicas, perfectas en su entramado y hallamos allí también,
partes que siguen una fuerza desconocida que lo rige todo. Como la enzima
montadora de nucleótidos de la escalera doble del ADN, donde se halla toda la
información para la clonación de células en todo ser vivo.
Cuando miramos una hilera de hormigas recogiendo
alimento, vemos que hay orden. Hay unas obreras y unas hormigas guardián y en
el fondo del hormiguero, una reina que es servida por todo ello.
Tal como le dijo Newton
a un amigo incrédulo: “Todo tiene un creador”.
Los mismos animales superiores, los mamíferos y
cetáceos, se reparten en su vida las tareas de la célula familiar y mientras la
hembra amamanta a los pequeños, el macho sale a cazar o recolectar frutos,
semillas o insectos.
En otras especies como las aves, estas tareas se
reparten de modo alterno, pero igualmente funcionan. Así ha sido por siglos.
Esto lo hallamos también en el cuerpo humano. Cada
órgano parece ocupar su lugar exacto y nada aconsejaría que la función por
ejemplo de dirección del organismo relegada a la cabeza la quisiera asumir el
hígado, el pulmón o un pie.
¿Acaso alguien se atrevería a pensar que estas
funciones han sido debidas a contaminación cultural, filosófica o a la
imposición de ideas políticas? No. Estas funciones provienen de algo mucho más
profundo que ninguna filosofía pro ateísta puede negar. Y es aquí donde nos
encontramos a biólogos, físicos y astrónomos creyentes. Porque sí, se puede ser
una eminencia culturalmente hablando y creer en Dios.
Y en todo esto ¿qué pintan los valores medievales de
las órdenes de caballería? Mucho. Las órdenes de caballería procuraron ser los
garantes de los valores cristianos más firmes: honor, lealtad, fraternidad,
familia, Fe, patria, servicio, responsabilidad, palabra, altruismo. Valores que
no pueden pasar porque son eternos y que estos caballeros desde sus lugares de
reposo mortal, nos recuerdan con sus gestas que existen y que no dejarán nunca
de existir, por mucho que cambiemos la sociedad o que tratemos de edulcorarla
con inventos artificiales, que si acaso, sólo sirven para disfrazar la realidad
de lo que somos: sombras de lo que desde el punto de vista de Dios Padre
pudimos ser y algún día seremos, cuando los tiempos se cumplan y tenga lugar la
2ª Venida que los cristianos esperamos sin desesperación.
Esa es la labor del caballero: defender los valores de
la verdad por encima de todo y de despertar al hombre moderno de las mentiras
falaces de que: somos dioses, que el hombre lo sabe todo y que el hombre se
basta por sí solo. Sabemos que eso no es verdad y de ello son testigos los muertos de todos los siglos que permanecen
inertes en sus fosas sepulcrales, destino final de todo el ego, la vanidad, la
soberbia, el materialismo, la ostentación y la tontedad del hombre sobre la Tierra en esta vida que
nos ha dado Dios.
Aquellos castillos que habitaron aquellos hombres de
palabra y principios, siguen hoy día en pie. Derruidos unos y aun en pie otros,
pero testigos mudos de estas nobles verdades. Y lo que es más vital,
anunciadores silenciosos de que toda obra salida de las manos del hombre no
sirve para nada si se proyecta hacia fines terrenales. Porque como dijo el
Cristo:
“Haceos tesoros en los cielos, donde ni polilla roe,
ni ladrón entra y roba ni orines y humedad degradan. Donde esté vuestro tesoro
allí estará también vuestro corazón”.
Fuente : Fr. J. Ramón V.