CONTEMPLACION
La contemplación se
presenta como la primera actitud
de reencuentro del
hombre con el mismo Dios, su
creador.
El templario del
siglo XXI debe
ser místico y contemplativo, como lo dicta la Orden
histórica.
Así, es necesario
el retorno a la mística
como signo renovador e
impulso de unificador encuentro
como estilo de vida.
El conocimiento
afectivo de Dios
(mística) en una relación
experimental del Misterio
del Dios revelado
por Jesucristo (contemplación).
Al ser experimental, tiene
carisma profético, es
decir está insertada
en la historia
y exige el irrenunciable compromiso
con el prójimo.
La mística es
el cristianismo vivido
de modo radical,
es la llamada
universal al encuentro amoroso con
Dios. La vida
mística es la asunción
de la propia
humanidad, una humanidad
cuya plenitud consiste
en vivir más conscientemente en la presencia
de Dios y donde la santidad
es lo más
universal y esencial.
La mística
consiste en la
búsqueda, entrega y conformación del templario a
Cristo. Así, el Temple es la sabia
combinación del ideal
ascético de los
Padres del desierto y
del monacato cenobita
cisterciense.
Gracias a
la Palabra, escuchamos
la voz del
Señor y su voz nos
convierte, creando una relación
inseparable con Él
y nos abre incondicionalmente al
otro. Se nos
presenta como un precioso
patrimonio espiritual acrisolado
por siglos de
experiencia de fe
vivida de modo radical. La ejercitación
equilibrada de la
fe, hace de la contemplación, una
escuela de fe,
en la que el
templario se hace experto (experiencia) de Dios
y por tanto un
mistagogo del Misterio de
la fe. De esta
experiencia de vida contemplativa y de encuentro
personal con Dios, nace
de modo espontáneo
la necesidad vital
de trasmitir lo
vivido, una Nueva Evangelización.
Un hombre
no se hace templario para hacer
algo, sino para
serlo. Y no son teorías, argumentos,
palabras, sino un
cúmulo de gestos
silenciosos de la vida
que apuntan hacia
una sola dirección:
Dios.
El templario, con su
experiencia mística,
teleológicamente testimonia una dimensión
fundamental del ser
humano: contemplar y vivir la
Verdad desde y hacia el Misterio del mismo Dios.
La mística templaria, es
un movimiento, un
salir al encuentro
de la Verdad
hecha carne en Jesucristo,
que nos llama a
vivir con Él,
y partiendo de
esta relación de amor
y unidad con
Él, establecer una
renovada relación de
comunión con los demás
individuos. En la
mística cristiana se
huye de la
soledad, del aislamiento, de la
indeterminación, y se
pasa a establecer
relaciones interpersonales de plenitud.
La certeza del
místico de una relación estable, de encuentro; de dos libertades y
dos personas, donde se respeta
la propia individualidad y se celebra la
alegría del amor correspondido y
confiado.
Contemplar para
conocer, y Conocer (Aprehender), para
contemplar, desde el más absoluto abandono.
Este necesario y
doloroso abandono del hombre,
permite al templario iniciarse
en la fe, en la espera, en la confianza y
misericordia. Desde el silencio,
en la oración y a través
de ella, la escucha
de la Palabra; Jesucristo viene a
buscarnos siempre.
La identidad
contemplativa y la
llamada a la
santidad son claras
y definitivas.
Las semillas
de vitalidad y
esperanza que el
Espíritu Santo suscita en todos nosotros, dan su
fruto a través de la
mística-contemplativa, y desde
ella nos muestra el camino
hacia Dios, y siempre acompañados
por la Santísima Virgen María.
El místico
contemplando a Dios revitaliza la
Tradición y la presenta
al Pueblo de
Dios, el cual acogiendo la
experiencia del contemplativo, redescubre:
el don personal
de la fe
donada por Dios, la
pertenencia a la
Iglesia y la
llamada a la santidad personal.
Por todo ello, los frutos de la vida contemplativa, son
cristianos y son
auténticos.
Y la fe,
para que sea
auténtica, no es sólo
la apertura a Dios en
Jesucristo, sino que
nos lleva a
la apertura hacia aquellos que el Maestro
hizo sus hermanos.
(Si la experiencia
mística no produce amor
fraterno, solidaridad, justicia
e igualdad, esta
mística es una
experiencia incompleta).
Amar de
manera tal que se haga evidente la
presencia de Jesucristo,
por nuestros actos y sin
necesidad de palabras.
El encuentro
con el Misterio
de Cristo trasforma primero
el corazón, luego
la mente y
las costumbres y
finalmente produce el cambio moral que
muestra la fe
viva.
Así pues, en un
mundo secularizado y en una
época marcada por una
preocupante cultura del vacío
y del sin
sentido, estamos llamados
a anunciar sin
componendas el primado de
Dios y a
realizar propuestas de
posibles itinerarios y
de un eventual nuevo
camino de Evangelización.
El compromiso
de santificación personal y
comunitaria que queremos
vivir y la
oración litúrgica que
cultivamos, nos habilita para
un testimonio de
particular eficacia.
Con humilde
confianza, no debemos cansarnos
de compartir, con
quien nos requiera,
la riqueza del
mensaje evangélico. Así seguiremos
dando valiosa contribución
a la vitalidad
y a la santificación del
pueblo de Dios,
según el carisma
templario.
Y cuando sepamos
contemplar al rostro del crucificado y todo su significado y trascendencia,
estaremos más cerca del conocimiento del mismo Misterio encarnado.
‡ ‡ NON NOBIS DOMINE, NON NOBIS,
SED NOMINI TUO DA GLORIAM ‡ ‡
N.F. Toni Beymen